1 de noviembre de 2007

Un poco más...


Un día llegó para quedarse y nunca más se fue. La enfermedad viaja sin maletas.

Como si de un rastreador indio se tratase, va por la vida viendo a cada paso miles de señales que evidencian la pobreza mental del hombre del siglo XXI en los países desarrollados. En cada calle, en cada esquina, encuentra una señal. Narra viva y preocupadamente la lucha entre la humanidad y la enferma tiranía del capital. Hacernos ver que todo lo que creemos imprescindible no es más que espuma venenosa es algo que no nos gusta, no llega a disgustar ya que en el fondo sabes que el olfato de rastreador nunca falla, pero no gusta. Sólo hay un pero; es ciego, no ve. Sólo puede oler los cientos de rastros que la vida va dejando en cada cartel, en cada esquina, en cada costumbre, en cada periódico, en cada sombra con su luz, pero no puede ver ni la sombra ni la luz.

Sus ojos funcionan, no es que no te vea cuando te habla, te ve, te escucha, te huele, pero a su mente sólo le interesa aquello que alimenta su pasión: buscar señales, rastrear pistas, una y otra vez todo a su alrededor retroalimenta su obsesión, su locura, su grandeza. Una y otra vez, sin descanso, analiza millones de variables para llegar siempre al mismo punto y volver a empezar. Una y otra vez, sin remisión, en su cabeza vuelve a sonar el mismo disco rallado, el mismo libro sin final, la misma historia de crueldad y dolor que algún día alimentó el sucio vómito del cuervo de la locura.

¿Cómo hubiese sido el mundo si nunca se hubiese cruzado en su mente la tinta amarga de la mayor de las locuras?, aquella que, quizá, nazca del sencillo hecho de ver la humanidad tal y como es, de ver que en cada momento que la guerra va a estallar entre tus hermanos, tus vecinos. La guerra entre tus ilusiones y la realidad, entre tus pasiones y la crueldad de todo lo que te rodea. La guerra entre los números y las letras, entre mi amor y vuestra censura, entre el fascismo y la libertad. ¡Y nada puedes hacer para evitarlo, y nada puedes hacer para entenderlo!. Y si tu no lo entiendes, ¿quién lo va a entender?

Como si de un experimento químico se tratase, la relación entre la enfermedad y la medicina (droga) es algo, en muchos casos, tan preciso y afinado, que sorprende el cómo poniendo un poco más en la probeta mental del enfermo se consiguen efectos asombrosos.

Pero más sorprendente es el efecto conseguido, ya no por exceso de droga como por defecto. Cómo, reduciendo la dosis, la luz vuelve a entrar en una habitación que llevaba decenas de años con las contraventanas cerradas, húmeda y polvorienta de fermentar durante décadas los mismos pensamientos, las mismas voces, los mismos temores. La luz vuelve a iluminar unas paredes llenas de recortes del mundo, recortes que siempre llevan a los mismos pensamientos, a los mismos discos, a la misma tinta amarga de la locura. Todo señala siempre en la misma dirección, todo apunta al mismo punto, todo suena igual. Todo es una jodida lucha entre el ser humano y la basura que este mismo genera. Una lucha entre la buena gente y la mala gente, entre los oprimidos y los que oprimirán. Una lucha que siempre vuelve a los libros de historia. Una lucha entre la locura y la realidad.

Una locura que ve como nadie las señales moribundas de la realidad. Cómo sería la realidad sin esa locura, sin esa medicina, sin ese olfato imparable que siempre busca alimento para saciar el apetito de tu obsesión.

¿Cómo hubieses sido sin tu esquizofrenia?. ¿Cómo sería yo?.